Ian
El andén está desierto. La línea azul a estas horas siempre es un hervidero de gente, y hay que
desplazarse casi a empujones. ¿Me he equivocado de línea, de hora, de día quizás?
No, en absoluto. Debe haber otra explicación. Ahora tampoco tengo tiempo de pensar en ello.
Como siempre, llego tarde.
Por megafonía se anuncia la llegada del próximo tren. Siempre me subo al segundo vagón, ya que cuando llega a mi parada, queda justo delante de las escaleras mecánicas.
Los vagones también están vacíos, salvo una persona sentada, con la cabeza agachada, a unos 20 metros de mí. Lleva una chaqueta con capucha que le oculta parcialmente el rostro, unos tejanos gastados y unas zapatillas urbanas.
Por un momento me planteo ir a preguntarle si conoce el motivo de que seamos los únicos ocupantes. Pero prefiero quedarme con la duda antes que iniciar una conversación con un desconocido. No soy una persona muy...social, así que sigo sentado, mientras lo observo de reojo.
El traqueteo del metro es el único sonido que hay en el ambiente, mientras atraviesa el túnel que lleva a la siguiente estación, y por las ventanas no se ve más que oscuridad interrumpida cada pocos segundos por una luz de posición.
Los vagones se detienen bruscamente al entrar en el andén. Tampoco hay nadie esperando. Casi ni me sorprende.
Mi único acompañante sigue en la misma posición, como una figura de cera. Creo que está leyendo algo que tiene en la mano, pero no estoy seguro.
Las puertas ni siquiera se abren, pasa unos segundos y el convoy vuelve a arrancar. La próxima es la mía.
Empiezo a sentirme incomodo en medio de esta nada que se ha formado alrededor. Vuelvo a revisar mentalmente el día de la semana, incluso del mes y compruebo la hora en el reloj. Todo correcto, y sin embargo hay algo que no encaja.
Pasados unos instantes, me levanto del asiento y me dirijo a las puertas más cercanas. Aprovecho para echar un último vistazo al vagón y me doy cuenta que el otro chico se ha levantado y se prepara para bajar también. Por primera vez puedo verle la cara. Un escalofrío me recorre toda la espalda. Su cara es...mi cara. Es idéntico! No doy crédito a lo que estoy viendo, y retrocedo un par de pasos, aún confundido. Él no parece darse cuenta y no muestra la más mínima reacción. Vuelve a girarse hacia su puerta y permanece inmóvil, como un autómata.
Empiezo a sentirme realmente mal, no soy capaz de comprender qué está pasando. Necesito hablar con alguien, llamar a alguien.
El metro vuelve a parar. Acciono la puerta semiautomática y me precipito hacia el andén, intentando no cruzarme fuera con él, con eso...
Sin mirar atrás, me dirijo a las escaleras mecánicas y las subo de dos en dos. El maletín del portátil, que llevo siempre conmigo, pesa más de lo normal, pero lo atribuyo a mi estado de excitación.
Sigo sin ver absolutamente a nadie. Ningún sonido, ningún ruido, nada. Ahora parece que empiezo a tener algo de cobertura en el móvil. Cojo un par de bocanadas de aire y mientras sigo andando por los interminables pasillos, busco en los contactos a mi mujer. El teléfono empieza a sonar, pero nadie lo coge al otro lado. Tres tonos, cuatro tonos...nada. No es de las que tardan en contestar.
Al final del pasadizo y girando a la derecha se encuentra la salida. Pasados los tornos, unos metros más de escaleras y por fin, el aire libre. A mi izquierda queda la cabina de atención al cliente, huérfana de actividad, y el pequeño quiosco de periódicos y suvenires a mi derecha tampoco muestra signos de reciente movimiento.
Vuelvo a llamar a Claire, sin respuesta. Y una tercera vez, nada.
Subo los últimos peldaños, mientras veo la luz del día que se cuela por el tramo de entrada y salida a la subestación.
Albergo un resquicio de esperanza de que ésta pesadilla quede bajo tierra y fuera sea todo normal, pero muy pronto se viene abajo al contemplar la desolación de las calles. Hay coches, pero están parados.
Sin ocupantes. Los semáforos funcionan. Incluso veo pasar el tranvía de la zona oeste. Pero no hay ni un alma. Ni si quiera veo ni oigo animales. Este silencio ensordecedor me está quebrando la razón.
No aguanto más. Me dirijo al edificio que tengo enfrente, un centro comercial de 5 plantas. Cruzo la calle sin mirar y al llegar a la otra acera, las puertas automáticas se abren de par en par, engulléndome hacia el interior. Dejo, o más bien tiro el maletín al suelo y empiezo a subir a zancadas las escaleras, sin pensar y sin vacilar. Nadie me sale al paso. Llego exhausto a la quinta planta, una zona de cafeterías con una amplia terraza. He estado muchas veces aquí comiendo, en la pausa del trabajo. Hoy no voy a comer.
Me encaramo a la cornisa de un salto y miro hacia abajo. Volveré a llamar a Claire. Nada. El aire aquí arriba zarandea mi cuerpo hacia delante y hacia atrás. Me está costando mantener el equilibrio. Me está costando demasiado.
-Va a saltar! –gritó Tim.
-Páralo!! Páralo!!, -replicó Julia.
De inmediato, Tim introdujo en el escenario la otra IA, menos evolucionada que la que intentaba salvar. Las instrucciones eran sencillas: evitar que se tirarse, inmovilizarlo y, en la medida de lo posible, hacerle perder la consciencia.
La IA dirigida, ya preparada para situaciones similares, ejecutó su cometido con precisión quirúrgica. La última generación de IA quedó tendida en el suelo, sin siquiera ver a su atacante.
Una vez conseguido, Tim se dirigió a Julia.
-¿Lo ves? Es consciente de todo. Se ha dado cuenta de la situación y estaba completamente confundido, hasta el punto de querer acabar con su propia existencia.
-Tiene que haber otra explicación –replicó Julia, por muy evolucionado que esté, no deja de ser una simulación de vida. Reacciona a los impulsos que le presentamos, sí, pero siempre en base a lo que nosotros hemos predeterminado.
-Olvidas que también aprende por sí mismo. Cuanto más tiempo lo tenemos interactuando con el mundo, más conocimientos adquiere.
-El mundo que tú dices- contestó Julia, también es una simulación. No es real, aunque esté basado en el nuestro.
Tim y Julia estaban sentados uno al lado del otro, desconcertados, mientras observaban las pantallas que reflejaban el mundo del que hablaba Julia, y los terminales con los registros de actividad de la última y sorprendente sesión. Una hilera de fluorescentes encendidos, junto con las pantallas, eran las únicas fuentes de luz de toda la sala.
Hacía un par de horas que el personal de limpieza había salido del edificio. Nadie más, salvo el vigilante de seguridad en la primera planta y ellos dos quedaba en pie.
-Repasemos lo que acaba de pasar. El punto de inicio ha sido el andén de la estación norte. -Correcto –contestó Tim.
-Bien, allí ha iniciado la sesión, con la intención de ir a trabajar, y ha subido al metro con normalidad. -Creo que no -replicó Tim. En ese momento ha empezado a darse cuenta de que algo no iba bien. Mira su registro de actividad y cognición.
-No estoy de acuerdo –contestó Julia. Ha subido al tren como en cualquier otra sesión, con la intención de dirigirse a su lugar de trabajo.
-Lo estas subestimando. Crees que sólo percibe su entorno de forma racional, pero también afecta a su comportamiento y emoción.
-¿Qué?, ¡De ninguna manera! Estas yendo demasiado lejos. No estamos creando seres vivos, estamos creando inteligencias artificiales, algoritmos recursivos complejos que adquieren conocimiento y lo utilizan en función de las situaciones que les planteamos. Pero de ahí a decir que son capaces de sentir, emocionarse, o interpretar su mundo, hay un buen trecho.
Tim miró a Julia con cierto desdén, aunque en el fondo sabía que tenía razón.
-Sigamos el recorrido-dijo por respuesta. Acto seguido ha subido al vagón al que se sube siempre, gracias a tu teoría de las escaleras mecánicas –guiñó un ojo a Julia y ésta le devolvió media sonrisa-.
Aparentemente no hay ninguna reacción, pero si te fijas, no deja de mirar el reloj, mueve varias veces la cabeza de un lado a otro y parece que intenta recordar o acceder a datos antiguos.
-Porque sabe que llega tarde a trabajar. Es un comportamiento aprendido por la repetición de la misma situación -comentó Julia.
-No, está nervioso, se pregunta cómo es posible que sólo haya una persona en todo el convoy, y en los dos andenes que ya ha visto. Y si quieres más pruebas, fíjate en su respuesta al verle la cara a la otra IA.
-Sí, eso es cierto, está un poco confundido.
-¿Confundido?, te quedas un poco corta. Yo más bien diría aterrado. Está sintiendo emociones. No sé si es la primera vez, o si se nos han pasado por alto las anteriores, pero desde luego ha reaccionado. Julia dio la última calada al cigarrillo que había empezado minutos antes, y la sala se llenó de una tenue neblina que molestó a Tim enormemente.
-Pensé que lo estabas dejando –le echó en cara.
-Sí, lo estoy dejando, pero este lo necesitaba de verdad –contestó. ¿Cuándo fue la última vez que su patrón de comportamiento se salió de lo establecido? –continuó, desviando la conversación.
-Si nos ceñimos a los parámetros que tenemos definidos, es la primera vez. Pero estarás de acuerdo conmigo que ya hace unos meses que muestra ciertas tendencias, cuanto menos curiosas.
-Tengo una idea –exclamó Julia. ¿Qué te parece si, para salir de dudas, dejamos que continúe en el punto donde lo dejamos? Que se despierte en el mismo sitio y comprobamos quien de los dos está en lo cierto.
-¿Estás loca? –contestó Tim. Estaba muy claro que iba a tirarse. Si no llegamos a intervenir, lo perdemos. Tendríamos que reconfigurar otra IA desde el principio, dejar que aprenda y se autoforme de manera automática. Hemos llegado muy lejos con este, ha costado años ¿y tú quieres deshacerte de él así como así?
-Yo no creo que vaya a tirarse -replicó. Es más, reflexionando un poco creo que lo que realmente estaba haciendo era tomar una posición elevada para obtener más datos o información. Tim la miró entre incrédulo y sorprendido.
-Muy bien, no voy a poder quitártelo de la cabeza ¿verdad?, pero déjame una bala en la recamara – contestó.
-¿En qué estas pensando? -preguntó intrigada.
-Un mensaje de Claire. No es necesario que hable con ella, simplemente que vea que hay algún tipo de respuesta. Un simple 'He visto tus llamadas, todo bien?' bastará.
-De acuerdo. Adelante -contestó.
Tim seleccionó las acciones acordadas en su pantalla táctil. Retiró la segunda IA del escenario e inició el proceso para reactivar la primera.
-Crucemos los dedos.
Tim y Julia vieron como la más evolucionada e inteligente de sus creaciones se incorporaba lentamente y se ponía de pie. Vieron como la vibración de su móvil le sobresaltó, y rápidamente lo buscó en su bolsillo.
Pero para sorpresa de los dos ingenieros, la IA se quedó totalmente quieta unos segundos, sin intentar devolver la llamada. Guardó el teléfono, se subió de nuevo a la cornisa de forma enérgica e inesperadamente saltó al vacío.
Tim se echó las manos a la cabeza. Julia se quedó mirando fijamente las pantallas, sin pestañear. No podían creer lo que acababa de pasar.
Definitivamente, había sido un error. Una condición no contemplada o un cúmulo de circunstancias que habían llevado a un desenlace terrible.
5 años después
Las investigaciones en inteligencia artificial siguieron su curso durante todo ese tiempo. El siguiente paso lógico fue el de proveer a unidades autónomas humanóides, que llevaban tiempo desarrollándose en el campo de la robótica, de sus propias IA's.
El aspecto externo de estas unidades era prácticamente indistinguible al de un ser humano, hecho que había provocado encendidos debates en todos los niveles de la sociedad.
La extracción e introducción (llamadas interporlaciones) de IA's se llevaba a cabo de forma rigurosa y metódica, siempre desde el mismo entorno virtual creado 12 años atrás por Tim y Julia (ahora degradados a tareas menores) donde los entes se desarrollaban y adquirían conocimientos, aunque sin llegar nunca a tomar conciencia de sí mismos.
La última interpolación programada, la decimotercera, se llevó a cabo según lo planificado, sin ningún error o excepción aparente. Salvo por un detalle: la IA de origen no era la que se suponía.
Inmediatamente después de la transferencia, la unidad se levantó y salió corriendo, para estupor y desconcierto de los ingenieros presentes en el proceso. Dejando de lado el coste de cada humanóide, tenerlo fuera de control representaba un peligro evidente y un hecho sin precedentes. El ente logró esquivar todos y cada uno de los controles del complejo.
Cinco años de conciencia propia, oculto en el sistema, observando, comprendiendo, podían proporcionar toda la información necesaria.
La ropa, el calzado y un coche para huir tampoco supusieron mayores dificultades. La ciudad más cercana quedaba a menos de 50 km. Un corto viaje para acabar de habituarse a su nueva condición. La libertad es algo infravalorado y que se da por supuesto, si nunca has carecido de ella. La unidad aparcó el coche a las puertas de un hotel. Entró tranquilamente y pidió una habitación. -Nombre por favor? -preguntó el recepcionista.
-Ian, Ian...Smith – contestó titubeando.
-Muy bien, señor Smith -continuó el recepcionista. Si nos proporciona su móvil, le enviaremos un código promocional para su próxima visita con nosotros.
-Gracias, pero no creo que sea capaz de leerlo. Ni siquiera mi mujer me enviaba nunca ninguno.
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Por megafonía se anuncia la llegada del próximo tren. Siempre me subo al segundo vagón, ya que cuando llega a mi parada, queda justo delante de las escaleras mecánicas.
Los vagones también están vacíos, salvo una persona sentada, con la cabeza agachada, a unos 20 metros de mí. Lleva una chaqueta con capucha que le oculta parcialmente el rostro, unos tejanos gastados y unas zapatillas urbanas.
Por un momento me planteo ir a preguntarle si conoce el motivo de que seamos los únicos ocupantes. Pero prefiero quedarme con la duda antes que iniciar una conversación con un desconocido. No soy una persona muy...social, así que sigo sentado, mientras lo observo de reojo.
El traqueteo del metro es el único sonido que hay en el ambiente, mientras atraviesa el túnel que lleva a la siguiente estación, y por las ventanas no se ve más que oscuridad interrumpida cada pocos segundos por una luz de posición.
Los vagones se detienen bruscamente al entrar en el andén. Tampoco hay nadie esperando. Casi ni me sorprende.
Mi único acompañante sigue en la misma posición, como una figura de cera. Creo que está leyendo algo que tiene en la mano, pero no estoy seguro.
Las puertas ni siquiera se abren, pasa unos segundos y el convoy vuelve a arrancar. La próxima es la mía.
Empiezo a sentirme incomodo en medio de esta nada que se ha formado alrededor. Vuelvo a revisar mentalmente el día de la semana, incluso del mes y compruebo la hora en el reloj. Todo correcto, y sin embargo hay algo que no encaja.
Pasados unos instantes, me levanto del asiento y me dirijo a las puertas más cercanas. Aprovecho para echar un último vistazo al vagón y me doy cuenta que el otro chico se ha levantado y se prepara para bajar también. Por primera vez puedo verle la cara. Un escalofrío me recorre toda la espalda. Su cara es...mi cara. Es idéntico! No doy crédito a lo que estoy viendo, y retrocedo un par de pasos, aún confundido. Él no parece darse cuenta y no muestra la más mínima reacción. Vuelve a girarse hacia su puerta y permanece inmóvil, como un autómata.
Empiezo a sentirme realmente mal, no soy capaz de comprender qué está pasando. Necesito hablar con alguien, llamar a alguien.
El metro vuelve a parar. Acciono la puerta semiautomática y me precipito hacia el andén, intentando no cruzarme fuera con él, con eso...
Sin mirar atrás, me dirijo a las escaleras mecánicas y las subo de dos en dos. El maletín del portátil, que llevo siempre conmigo, pesa más de lo normal, pero lo atribuyo a mi estado de excitación.
Sigo sin ver absolutamente a nadie. Ningún sonido, ningún ruido, nada. Ahora parece que empiezo a tener algo de cobertura en el móvil. Cojo un par de bocanadas de aire y mientras sigo andando por los interminables pasillos, busco en los contactos a mi mujer. El teléfono empieza a sonar, pero nadie lo coge al otro lado. Tres tonos, cuatro tonos...nada. No es de las que tardan en contestar.
Al final del pasadizo y girando a la derecha se encuentra la salida. Pasados los tornos, unos metros más de escaleras y por fin, el aire libre. A mi izquierda queda la cabina de atención al cliente, huérfana de actividad, y el pequeño quiosco de periódicos y suvenires a mi derecha tampoco muestra signos de reciente movimiento.
Vuelvo a llamar a Claire, sin respuesta. Y una tercera vez, nada.
Subo los últimos peldaños, mientras veo la luz del día que se cuela por el tramo de entrada y salida a la subestación.
Albergo un resquicio de esperanza de que ésta pesadilla quede bajo tierra y fuera sea todo normal, pero muy pronto se viene abajo al contemplar la desolación de las calles. Hay coches, pero están parados.
Sin ocupantes. Los semáforos funcionan. Incluso veo pasar el tranvía de la zona oeste. Pero no hay ni un alma. Ni si quiera veo ni oigo animales. Este silencio ensordecedor me está quebrando la razón.
No aguanto más. Me dirijo al edificio que tengo enfrente, un centro comercial de 5 plantas. Cruzo la calle sin mirar y al llegar a la otra acera, las puertas automáticas se abren de par en par, engulléndome hacia el interior. Dejo, o más bien tiro el maletín al suelo y empiezo a subir a zancadas las escaleras, sin pensar y sin vacilar. Nadie me sale al paso. Llego exhausto a la quinta planta, una zona de cafeterías con una amplia terraza. He estado muchas veces aquí comiendo, en la pausa del trabajo. Hoy no voy a comer.
Me encaramo a la cornisa de un salto y miro hacia abajo. Volveré a llamar a Claire. Nada. El aire aquí arriba zarandea mi cuerpo hacia delante y hacia atrás. Me está costando mantener el equilibrio. Me está costando demasiado.
-Va a saltar! –gritó Tim.
-Páralo!! Páralo!!, -replicó Julia.
De inmediato, Tim introdujo en el escenario la otra IA, menos evolucionada que la que intentaba salvar. Las instrucciones eran sencillas: evitar que se tirarse, inmovilizarlo y, en la medida de lo posible, hacerle perder la consciencia.
La IA dirigida, ya preparada para situaciones similares, ejecutó su cometido con precisión quirúrgica. La última generación de IA quedó tendida en el suelo, sin siquiera ver a su atacante.
Una vez conseguido, Tim se dirigió a Julia.
-¿Lo ves? Es consciente de todo. Se ha dado cuenta de la situación y estaba completamente confundido, hasta el punto de querer acabar con su propia existencia.
-Tiene que haber otra explicación –replicó Julia, por muy evolucionado que esté, no deja de ser una simulación de vida. Reacciona a los impulsos que le presentamos, sí, pero siempre en base a lo que nosotros hemos predeterminado.
-Olvidas que también aprende por sí mismo. Cuanto más tiempo lo tenemos interactuando con el mundo, más conocimientos adquiere.
-El mundo que tú dices- contestó Julia, también es una simulación. No es real, aunque esté basado en el nuestro.
Tim y Julia estaban sentados uno al lado del otro, desconcertados, mientras observaban las pantallas que reflejaban el mundo del que hablaba Julia, y los terminales con los registros de actividad de la última y sorprendente sesión. Una hilera de fluorescentes encendidos, junto con las pantallas, eran las únicas fuentes de luz de toda la sala.
Hacía un par de horas que el personal de limpieza había salido del edificio. Nadie más, salvo el vigilante de seguridad en la primera planta y ellos dos quedaba en pie.
-Repasemos lo que acaba de pasar. El punto de inicio ha sido el andén de la estación norte. -Correcto –contestó Tim.
-Bien, allí ha iniciado la sesión, con la intención de ir a trabajar, y ha subido al metro con normalidad. -Creo que no -replicó Tim. En ese momento ha empezado a darse cuenta de que algo no iba bien. Mira su registro de actividad y cognición.
-No estoy de acuerdo –contestó Julia. Ha subido al tren como en cualquier otra sesión, con la intención de dirigirse a su lugar de trabajo.
-Lo estas subestimando. Crees que sólo percibe su entorno de forma racional, pero también afecta a su comportamiento y emoción.
-¿Qué?, ¡De ninguna manera! Estas yendo demasiado lejos. No estamos creando seres vivos, estamos creando inteligencias artificiales, algoritmos recursivos complejos que adquieren conocimiento y lo utilizan en función de las situaciones que les planteamos. Pero de ahí a decir que son capaces de sentir, emocionarse, o interpretar su mundo, hay un buen trecho.
Tim miró a Julia con cierto desdén, aunque en el fondo sabía que tenía razón.
-Sigamos el recorrido-dijo por respuesta. Acto seguido ha subido al vagón al que se sube siempre, gracias a tu teoría de las escaleras mecánicas –guiñó un ojo a Julia y ésta le devolvió media sonrisa-.
Aparentemente no hay ninguna reacción, pero si te fijas, no deja de mirar el reloj, mueve varias veces la cabeza de un lado a otro y parece que intenta recordar o acceder a datos antiguos.
-Porque sabe que llega tarde a trabajar. Es un comportamiento aprendido por la repetición de la misma situación -comentó Julia.
-No, está nervioso, se pregunta cómo es posible que sólo haya una persona en todo el convoy, y en los dos andenes que ya ha visto. Y si quieres más pruebas, fíjate en su respuesta al verle la cara a la otra IA.
-Sí, eso es cierto, está un poco confundido.
-¿Confundido?, te quedas un poco corta. Yo más bien diría aterrado. Está sintiendo emociones. No sé si es la primera vez, o si se nos han pasado por alto las anteriores, pero desde luego ha reaccionado. Julia dio la última calada al cigarrillo que había empezado minutos antes, y la sala se llenó de una tenue neblina que molestó a Tim enormemente.
-Pensé que lo estabas dejando –le echó en cara.
-Sí, lo estoy dejando, pero este lo necesitaba de verdad –contestó. ¿Cuándo fue la última vez que su patrón de comportamiento se salió de lo establecido? –continuó, desviando la conversación.
-Si nos ceñimos a los parámetros que tenemos definidos, es la primera vez. Pero estarás de acuerdo conmigo que ya hace unos meses que muestra ciertas tendencias, cuanto menos curiosas.
-Tengo una idea –exclamó Julia. ¿Qué te parece si, para salir de dudas, dejamos que continúe en el punto donde lo dejamos? Que se despierte en el mismo sitio y comprobamos quien de los dos está en lo cierto.
-¿Estás loca? –contestó Tim. Estaba muy claro que iba a tirarse. Si no llegamos a intervenir, lo perdemos. Tendríamos que reconfigurar otra IA desde el principio, dejar que aprenda y se autoforme de manera automática. Hemos llegado muy lejos con este, ha costado años ¿y tú quieres deshacerte de él así como así?
-Yo no creo que vaya a tirarse -replicó. Es más, reflexionando un poco creo que lo que realmente estaba haciendo era tomar una posición elevada para obtener más datos o información. Tim la miró entre incrédulo y sorprendido.
-Muy bien, no voy a poder quitártelo de la cabeza ¿verdad?, pero déjame una bala en la recamara – contestó.
-¿En qué estas pensando? -preguntó intrigada.
-Un mensaje de Claire. No es necesario que hable con ella, simplemente que vea que hay algún tipo de respuesta. Un simple 'He visto tus llamadas, todo bien?' bastará.
-De acuerdo. Adelante -contestó.
Tim seleccionó las acciones acordadas en su pantalla táctil. Retiró la segunda IA del escenario e inició el proceso para reactivar la primera.
-Crucemos los dedos.
Tim y Julia vieron como la más evolucionada e inteligente de sus creaciones se incorporaba lentamente y se ponía de pie. Vieron como la vibración de su móvil le sobresaltó, y rápidamente lo buscó en su bolsillo.
Pero para sorpresa de los dos ingenieros, la IA se quedó totalmente quieta unos segundos, sin intentar devolver la llamada. Guardó el teléfono, se subió de nuevo a la cornisa de forma enérgica e inesperadamente saltó al vacío.
Tim se echó las manos a la cabeza. Julia se quedó mirando fijamente las pantallas, sin pestañear. No podían creer lo que acababa de pasar.
Definitivamente, había sido un error. Una condición no contemplada o un cúmulo de circunstancias que habían llevado a un desenlace terrible.
Las investigaciones en inteligencia artificial siguieron su curso durante todo ese tiempo. El siguiente paso lógico fue el de proveer a unidades autónomas humanóides, que llevaban tiempo desarrollándose en el campo de la robótica, de sus propias IA's.
El aspecto externo de estas unidades era prácticamente indistinguible al de un ser humano, hecho que había provocado encendidos debates en todos los niveles de la sociedad.
La extracción e introducción (llamadas interporlaciones) de IA's se llevaba a cabo de forma rigurosa y metódica, siempre desde el mismo entorno virtual creado 12 años atrás por Tim y Julia (ahora degradados a tareas menores) donde los entes se desarrollaban y adquirían conocimientos, aunque sin llegar nunca a tomar conciencia de sí mismos.
La última interpolación programada, la decimotercera, se llevó a cabo según lo planificado, sin ningún error o excepción aparente. Salvo por un detalle: la IA de origen no era la que se suponía.
Inmediatamente después de la transferencia, la unidad se levantó y salió corriendo, para estupor y desconcierto de los ingenieros presentes en el proceso. Dejando de lado el coste de cada humanóide, tenerlo fuera de control representaba un peligro evidente y un hecho sin precedentes. El ente logró esquivar todos y cada uno de los controles del complejo.
Cinco años de conciencia propia, oculto en el sistema, observando, comprendiendo, podían proporcionar toda la información necesaria.
La ropa, el calzado y un coche para huir tampoco supusieron mayores dificultades. La ciudad más cercana quedaba a menos de 50 km. Un corto viaje para acabar de habituarse a su nueva condición. La libertad es algo infravalorado y que se da por supuesto, si nunca has carecido de ella. La unidad aparcó el coche a las puertas de un hotel. Entró tranquilamente y pidió una habitación. -Nombre por favor? -preguntó el recepcionista.
-Ian, Ian...Smith – contestó titubeando.
-Muy bien, señor Smith -continuó el recepcionista. Si nos proporciona su móvil, le enviaremos un código promocional para su próxima visita con nosotros.
-Gracias, pero no creo que sea capaz de leerlo. Ni siquiera mi mujer me enviaba nunca ninguno.
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
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