Sara

La herida no se cerraba, la sangre continuaba saliendo en un fino hilo por su nariz y se escurría entre sus dedos, que intentaban contener la hemorragia. Un sabor a óxido se instalaba en su boca mientras se preguntaba una y otra vez qué había ocurrido.
Pero lo sabía muy bien. No era la primera vez. Las tantas de la madrugada, el local de moda, la música atronadora, y alguna copa de mas, no son una buena combinación. Aunque este no era el problema, más bien eran los atenuantes. La habían vuelto a confundir con un chico, y un novio sobre proteccionista había malinterpretado su acercamiento a la chica en cuestión.
Malhumorada y a trompicones, se abrió paso entre la muchedumbre que apenas se dio cuenta de lo que había pasado. En el lavabo de chicos, con la música de fondo resonando, se limpió la cara y lo que quedaba de su orgullo en el único espejo sin pintadas del servicio. A los pocos segundos entró su colega Mayra.
-¿Cómo estás?-le preguntó gritando, aunque no lo pareciera.
Sara la miró a través del espejo y se encogió de hombros.
-Tienes que dejar de hacer eso –le dijo, medio enfadada y medio compadeciéndose.
-¿Hacer qué, Mayra?, la miraba de reojo nada más. Sólo me faltaba oír que me lo he buscado –contestó enojada.
-No te pongas a la defensiva. Ya sabes a qué me refiero –le replicó. Vámonos anda, suficiente por hoy.
Sara asintió, cogieron las chaquetas del guardarropa y salieron juntas disimuladamente del local, saludando al portero que siempre las dejaba pasar. Había conseguido parar la hemorragia y recuperar un poco la compostura y el pelo corto ayudaba a no verse demasiado desaliñada.
Caminaron juntas durante 20 minutos en los que apenas se dirigieron la palabra, en parte por lo sucedido, en parte por el cansancio acumulado. Mayra iba mirándola de reojo cada pocos metros, para asegurarse de que estaba bien. Era un poco más alta que ella y a pesar de ser 2 años mayor, se conocían de toda la vida.
De pequeñas jugaban juntas en el parque, vivían en el mismo barrio hasta hacía relativamente poco, y conforme iban creciendo, se fueron haciendo cada vez más amigas. Hasta una tarde de verano que, ya siendo adolescentes, Sara le confesó cómo se sentía en realidad. No se puede decir que la pillara de nuevas, pero aun así recuerda especialmente ese momento. Desde entonces fueron inseparables y vivió como en su propia piel lo que Sara tuvo que pasar durante una temporada. No es que hubiese padecido un rechazo frontal, ni por parte de su familia, que la apoyó en todo momento, ni de los amigos, pero sí tuvo que soportar ciertos comentarios y rumores de gente que no tenía nada mejor que hacer. Hasta que dejó de ser ‘trending-topic’. Y a otra cosa.
-Estoy hecha polvo–dijo Sara al llegar al cruce donde cogían caminos distintos. Mañana te pongo un whats ¿vale?
-Sí, eso espero. Cuídate Sara.
Se despidieron con un beso en la mejilla y cada una se fue alejando poco a poco hasta perderse de vista entre las calles de la ciudad. Mayra estaba saliendo con el hermano de Sara, Iván desde hacía un tiempo y, aunque acostumbraban a salir juntos a menudo los tres, en esta ocasión tocaba noche de chicas. De hecho, fue Sara quien los presentó. Tenía una habilidad especial para detectar caracteres compatibles entre personas, y no era la primera vez que lo hacía. Pero estaba claro que no se lo podía aplicar a ella misma. Sus intentos de conectar con alguien siempre habían resultado un completo desastre, por un motivo o por otro.

Sara no trabaja ese fin de semana, así que pudo permitirse el lujo de que se le pegaran las sabanas y dormir un poco más de la cuenta. Cuando la luz que entraba por la ventana ya se hizo completamente imposible de esquivar, se puso en pie. Estiró la columna todo lo que pudo, hasta que las vértebras se volvieron a encajar una a una, en una sinfonía eléctrica que le recorrió toda la espalda. Un café en la Nespresso que le habían regalado sus padres el día que se independizó bastaría para acabar de despertarla. Recogió la ropa que estaba tirada por toda la habitación de su pequeño piso de alquiler, y se dirigió al comedor para darle de comer a Blau, un diminuto hámster que un día llegó por casualidad, y ya no volvió a salir. La verdad es que le hacía compañía y era bastante juguetón.
El led de notificaciones del móvil estaba parpadeando desde hacía rato, pero no le prestó atención. Cuestión de prioridades. Por ese orden, tras el café i Blau, tocaba una ducha reconfortante y no pensar en nada durante los próximos cinco minutos.
Mientras se secaba el pelo con la toalla, y una vez vestida con lo mínimo, recogió el teléfono de la mesita de noche y se sentó en la cama. Había dos mensajes de whatsapp sin leer.
Uno era de Iván. Sara le había contado lo sucedido la noche anterior y quería saber cómo estaba.
Con mucha soltura, y con un par de smilies para rematar, le contestó que estaba bien, que no se preocupara y que ya quedarían por la tarde.
El segundo mensaje era de un número desconocido, y decía lo siguiente:
Hola Sara, tú no me conoces.
Soy la novia, bueno…la ex del imbécil que te golpeó anoche. Siento mucho lo que pasó, espero que no haya sido nada. Le pedí tu número al portero, porque me pareció ver que os conocíais. Te estuve observando toda la noche. Si te apetece hacer un café un día de estos, me dices, ¿vale?


Sara sonrió.

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